Cuadernos de otros cursos

jueves, 2 de octubre de 2008

“Identidad e Historia”

Notas sobre el capítulo de Ramón Eduardo Ruiz y Olivia Ruiz en Reflexiones sobre la identidad de los pueblos, coordinado por Ramón Eduardo Ruiz y Olivia Ruiz (Tijuana: El Colegio de la Frontera Norte, 1996).

Por Roberto Cabrales Carrizales y David Díaz Villanueva


Descriptores: Antropología social. Identidad nacional. Identidad cultural. Identidad étnica. Ensayos. Congresos. Identidad femenina. Insurrecciones.



El texto Reflexiones sobre la identidad de los pueblos, publicado por el COLEF, coordinado por Ramón Eduardo Ruiz y Olivia Teresa Ruiz, presenta distintas perspectivas en torno a la identidad, la cultura y la historia. Específicamente en el capítulo introductorio “Identidad e Historia” [por los coordinadores de este libro], se pone bajo discusión una cuestión que difícilmente puede ser ignorada en la reflexión histórica: aquello que concierne al mexicano y a lo mexicano, es decir, la construcción de los diversos discursos sobre la cultura nacional a lo largo de la misma historia. Como reflexión, luego de explicar brevemente las vertientes en torno a las interpretaciones de la identidad mexicana, el autor concluye que la búsqueda nacional ha sido progresiva, es decir, sin pausas, salvo los años posteriores a la independencia (de la cuál diferimos). Esto es relevante para nuestros días, en tanto aun nos detengamos a cuestionar nuestra identidad, en pleno XXI.

La construcción de la identidad dentro de “la cultura nacional”, pasa por varios momentos, entre los que sobresalen y vibran grandes debates políticos, culturales, que simultáneamente ponen de relieve en la historia nacional y como cuestionamiento clave el de la propia identidad. Alfonso Reyes, al respecto hablaba del mexicano, como heredero de dos mundos, “anda en dos caballos y cada uno tira para su lado, cada uno a su pesebre”.[1] Leopoldo Zea, el filósofo mexicano percatándose de este conflicto que resulta al cuestionar lo mexicano, señala: “una ceguera suicida, sólo puede ser aquella en la que un pueblo o una cultura juzgue como únicos sus propios puntos de vista”, también señala Zea, que “lo mexicano y el mexicano solamente han originado disputas, y disputas sobre disputas”.[2]

Entramados fenómenos culturales conforman la realidad política y la transformación de una Nueva España en la que va a plasmarse el futuro México independiente, él mismo resurrección de un mítico México antiguo; el Dominico Durán, el franciscano Mendieta, los jesuitas Tovar, Sigüenza y Góngora, Clavijero, sor Juana Inés de la Cruz, fray Servando Teresa de Mier, Fernández de Lizardi, entre otros, iluminan con su inspiración este proceso secular.[3]

En la construcción de lo mexicano como figura parte del occidente cultural es trascendental el sincretismo de la virgen de Guadalupe el siglo XVII: virgen, tez morena, indio y revelación; encuentro espiritual que dilucida el porvenir religioso del mexicano, a la vez la identidad polivalente de la nueva España se vuelve cerrada por el cristianismo. La conquista condujo una patria criolla: América. Es la idea misma de América en el plano del imaginario occidental la que plantea un problema a profundidad y realmente serio en relación a la identidad nacional.[4]

Para el autor la búsqueda de identidad se reinicia luego de finalizados los conflictos políticos de la incipiente nación mexicana. En lo posterior a la reforma e invasión francesa es cuando empieza cuestionarse con vigor lo que es el mexicano, el autor lo concibe como parte del renacimiento liberal. El mundo de las letras fue uno de los motores, entre Ignacio Ramírez, Francisco Pimentel y Altamirano. Un aspecto de suma importancia quasi total a la cultura occidental, el problema del indio. Colonialismo cultural: esto lo entiende el autor como una notoria influencia del parangón occidental, primero con el modelo estadounidense, luego el francés con Díaz. A fines del XIX, se niega tanto el pasado indígena como hispánico.[5]

Durante el XX mexicano ya aparecen reflexiones mucho menos cerradas que las del XIX, el problema del mexicano es planteado de un modo más coherente, todo este en referencia a su accidentada historia como nación. La historia (y la inmediata) misma invita a la reflexión, partiendo de un pasado común, la revolución mexicana plantea el problema identidad desde una óptica no tan distinta, pero sí en términos de unidad política. La pregunta sigue: qué es el mexicano, o, lo mexicano, desde Justo Sierra [fines del XIX], Barreda, Moises Sáenz, Azuela, Vasconcelos, Ramos, Zea, Paz, Ramos, Pacheco, Bonfil Batalla y Roger Bartra, pretenden enriquecerla, algunos con puntos muy firmes a tomarse en cuenta, posiblemente ninguno resuelve la cuestión en su totalidad, pero sí ponen a la luz aspectos ejes en la concepción del mexicano en la actualidad. Nuevamente es importante destacar la relación identidad-historia que es fundamental en la conciencia que tiene una sociedad de sí misma: no es sólo su memoria histórica, sino su conciencia histórica lo relevante, lo latente en el devenir.

Al hablar de identidad, hablamos indiscutiblemente de cultura. La identidad solamente puede ser sembrada dentro de una cultura específica, que será a la que pertenezca y en la que participe. En el caso de la búsqueda de la identidad mexicana, habría que recordar que en su construcción cultural, encontramos a una inmensa mayoría de sujetos subalternos, los cuales fueron gradualmente incorporados a un proyecto nacional hegemónico, basado principalmente en las distintas condiciones de inferioridad social y jurídica de una inmensa mayoría. Puesto que la implementación de un proyecto nacional liberal requería “ciudadanos”, incorporaba a los mexicanos al órgano nacional. Pero la incorporación fue selectiva, se trato de una agencia burocrática de depuración cultural, en la que de acuerdo al concepto de “mexicanidad” que poseyera la clase dominante se determinó “lo mexicano”, en torno a la propia configuración del estado-nación.

Historia e identidad, nos llevan ineludiblemente a una óptica exclusiva de la mexicanidad en la que tenemos que enfocar a la cultura, como una experiencia “nacional”, y con ello, a través de los años los gobiernos mexicanos se han tratado de legitimar para realizar sus proyectos de nación. Pero en esa experiencia nacional, la construcción ideológica de la nación, señala Guillermo Bonfil Batalla, ha sido la de un “México imaginario”, “excluyente y negadora de la civilización mesoamericana”. Para Roger Bartra basta hacer una indagación de la procedencia de lo nacional, para deducir que “las interpretaciones de lo mexicano son razonamientos propios de una cultura dominante, que se encuentra ceñida por el conjunto de redes imaginaria de poder, en las que se definen las formas subjetivas socialmente aceptadas, que suelen ser la expresión de la cultura nacional”. [6]

El problema de la identidad nacional

Afirmar que durante el XIX, cuando [y donde] se niega la posibilidad de una cultura nacional es lo mismo que afirmar que no hay cultura, carece de sentido: otra perspectiva: la cultura nacional es esa, aquella que a su vez niega su origen y se identifica o por lo menos pretende identificarse con aquello que no es, el mexicano del XIX se cuestionó bruscamente la propia identidad. La idea de alteridad puede ayudar un poco a comprender la situación histórica del mexicano en occidente: Busca lo español por no querer ser mesoamericano, lo estadounidense por librarse del lastre hispánico, busca lo francés por desligarse de lo norteamericano… La historia del XIX mexicano es su búsqueda de identidad.

Pero finalmente el mexicano es aquello que uno dice, es. Lo que se dice, expresa y lo que esto produce, eso que se dice de lo que se dice [lo mexicano] ha construido lo mexicano. Históricamente se ha elaborado nuestra identidad nacional. Mediante lo expresado de sí mismo, de aquél [del otro], no sobre si es verdad o no, aquello que se afirma de algo, el hecho de hacer mención forma parte de un constructo social. El poder que tiene la palabra [discurso y acto] es trascendental en el sentido kantiano, en la epistemología de lo mexicano. Cada uno tiene la posibilidad de construirse una idea más o menos coherente de la realidad. Puede uno expresar cosa alguna, sea básica o indiscutible en determinado planteamiento, es la edificación del mexicano a inicios del XXI con todo la maraña de fenómenos (o hechos) que es el devenir del mundo.

[1] Ramón Eduardo Ruiz y Olivia Ruiz en Reflexiones sobre la identidad de los pueblos, coordinado por Ramón Eduardo Ruiz y Olivia Ruiz (Tijuana: El Colegio de la Frontera Norte, 1996), p.9
[2] Ibid., p.9.
[3] Ibid., p.12-14.
[4] Ibid., p.13.
[5] Ibid., p.14-16.
[6] Ibid., p. 9-10.

1 comentario:

profearmida dijo...

Armida León Mexicali
Identidad e Historia, Cuando un estado surge como fue México en el S. XIX, podemos comprender que la formar una identidad, es primordial, por lo mismo comprendemos que el concepto de identidad ha evolucionado según las necesidades que el propio estado tenga, en la Nueva España, se formó una identidad que permitía a los criollos y las diferentes casta sentirse parte de esa colonia, para diferenciarse de los peninsulares. Al llegar al México independiente la necesidades fueron otras y así sucesivamente.